Artículos y ensayos seleccionados por Eugenio D'Medina sobre el pensamiento liberal

Friday, December 29, 2006

La nueva doctrina liberal de fines de siglo

Nota del editor: Este ensayo pertenece a Paloma de la Nuez y contiene una muy buena síntesis de la evolución y reposicionamiento del liberalismo despues de la caida de la hegemonia del pensamiento keynesiano.


Muy pocos se atreverían hoy a negar que tanto en el terreno de la teoría como en el de la práctica política el renacimiento de la doctrina liberal en gran parte de Europa y América es un hecho palpable. El cambio de rumbo que supuso el abandono de una política favorable al intervencionismo del Estado en la vida económica y social por otra que prefiere depositar su confianza en las capacidades del individuo y en la llamada sociedad civil se produjo en torno a los años setenta con la crisis del petróleo que puso de manifiesto las debilidades estructurales de los llamados Estados de Bienestar. Así, la década de los ochenta fue considerada la del "revival" del liberalismo tras largos años de ostracismo.

El estrepitoso fracaso de las economías basadas en la planificación central -que, por otra parte ya habían pronosticado alguno de los más conspicuos pensadores liberales de principios del siglo y que supuso, en definitiva, el fin del comunismo en Europa- se entendió como la prueba irrefutable de que las ideas económicas liberales que durante muchos años habían tratado de demostrar la superioridad del orden económico del mercado, habían ganado la batalla. Y no sólo por la mayor eficacia y prosperidad que generaba este tipo de orden económico sino sobre todo porque para poder funcionar debía apoyarse en la libertad individual que precisamente bajo los regímenes comunistas había brillado por su ausencia. Hasta tal punto la caída del Muro de Berlín vino a ratificar esa tesis que algunos hablaron de que se había llegado al fin de la historia: ya no había ninguna duda: la democracia y el mercado habían triunfado (1).

Una de las manifestaciones de este cambio de mentalidad fue la concesión de los últimos Premios Nobel de economía a economistas de claro talante liberal como Friedrich A. Hayek, Milton Friedman, J. Buchanan, Gary Becker, o R. Coase por citar algunos. De este modo se otorgaba un reconocimiento relevante a las ideas liberales que desde el triunfo de la ortodoxia Keynesiana a partir de la segunda guerra mundial habían sido condenadas por obsoletas y propias del siglo XIX.

De modo que la crisis de Welfare State, junto con este giro en el campo de las ideas, dio lugar a que el debate político se centrara fundamentalmente en torno a la cuestión del papel que el Estado debería jugar en las sociedades democráticas de final de siglo. Si desde la última postguerra mundial, tanto la izquierda como la derecha habían asumido la tesis de que en aras de una mayor justicia social el poder público debía -hasta cierto punto- regular el mercado y redistribuir la renta, ahora los liberales se preguntaban si esas buenas intenciones no habían provocado nuevos y graves problemas. Y tal y como ha señalado el sociólogo A. Guiddens, en este debate los liberales han pasado a representar el papel de radicales, o incluso revolucionarios, mientras que a los socialistas les ha quedado el papel conservador que defiende el status quo y se resiste al cambio (2).

Lo cierto es que esta polémica ha favorecido la difusión de la doctrina liberal y, de hecho, la filosofía política contemporánea -sobre todo en los EEUU- ha recuperado un enfoque liberal, o uno muy próximo a él, que ha vuelto al estudio de los grandes temas de la reflexión política y entre ellos, claro está, el de la libertad, la justicia y la igualdad. Por eso filósofos políticos de la talla de J. Rawls -aunque desde una óptica europea más cercano a una socialdemocracia moderada o un liberalismo social- parten de la base de un conjunto de sólidos principios liberales como el individualismo, la libertad y el Estado de Derecho, y otros autores de moda como R. Dworkin defienden un "liberalismo ético" que junto con ideas igualitarias apoya otras típicamente liberales.

Otras escuelas de los EEUU, como la de Chicago, la del Análisis Económico de Gary Becker, la de Virginia con J. Buchanan a la cabeza, los teóricos del Estado mínimo con Nozick, o los llamados anarcocapitalistas, o los nuevos discípulos de la Escuela Austríaca de Economía, han contribuido asimismo a esta nueva perspectiva en el estudio de los problemas políticos de las sociedades modernas y al estudio de las relaciones entre mercado, justicia, libertad e igualdad.

Y en Europa, el recientemente fallecido historiador de las ideas, I. Berlin, también desde una perspectiva liberal, dedicó su obra a tratar de demostrar la imposibilidad de construir sociedades en las que todos los valores últimos (como, por ejemplo, la igualdad o la libertad) fuesen compatibles entre sí, de modo que sugería aceptar con humildad la existencia de la pluralidad y el conflicto de valores que debería conducir al rechazo de la utopía (3). Y K. Popper -según algunos entre la socialdemocracia y el liberalismo- no se cansó de recordar la necesidad de la humildad intelectual de la que precisamente carecieron los planificadores y los ingenieros sociales tan numerosos en el siglo XX.

En definitiva, la reflexión liberal en este fin de siglo se encuentra en un buen momento, y hasta tal punto se ha convertido en protagonista que el debate ya no se produce tanto entre el liberalismo y el socialismo -que busca ahora un nuevo camino y una redefinición de sus postulados que algunos han bautizado ya como "tercera vía" (una denominación que no se sabe muy bien a qué se refiere y que en el último término supone también el reconocimiento de la validez de muchos postulados liberales)- sino entre el liberalismo y otras concepciones más conservadoras que temerosas de la neutralidad ética del Estado liberal quieren devolverle a la moral y a la tradición de la comunidad un papel central en la configuración de la identidad de los sujetos; se trata del nuevo desafío conservador de los comunitaristas.

Pues bien, este debate ha llegado también a España donde en el siglo XIX se acuñó el término "liberal" que luego se adoptó en el resto de Europa, aunque es ya un lugar común afirmar que en la península el liberalismo, débil, medroso y minoritario ha sido un fracaso; quizás por la debilidad de la Ilustración o la ausencia de una auténtica revolución burguesa. El caso es que en España la tradición liberal ha estado representada por pocos, aunque a menudo prestigiosos, políticos e intelectuales. Por eso es llamativo que en los últimos años haya aumentado el interés en España por las ideas que tan pocos habían osado defender en su suelo.
Algunos, como el ya fallecido economista Lucas Beltrán, se esforzaron por dar a conocer en la Universidad las ideas de algunos economistas liberales que bajo la dictadura de Franco no eran precisamente muy bien vistos, como fueron, por ejemplo, los defensores del llamado Ordoliberalismo de la escuela de Friburgo cuyas ideas mucho tuvieron que ver con el llamado "Milagro alemán". Beltrán, interesado también en destacar las conexiones entre la ética liberal y el cristianismo (asunto que hoy también se ha convertido en una de las más recientes preocupaciones liberales), reunió en torno a sí una serie de discípulos que en el futuro continuarían sus enseñanzas.

La difusión de las obras de los grandes teóricos liberales -antes muy poco conocidas y sumamente difíciles de encontrar- ha mejorado también substancialmente gracias, sobre todo, a la labor de algunas editoriales que se han decidido a publicar o reeditar muchas de estas obras. Así, por ejemplo, desde la últimas aportaciones en el campo de la filosofía política liberal a los textos clásicos de Adam Smith como La riqueza de las naciones o la Teoría de los sentimientos morales, o Sobre la libertad de Stuart Mill. Y, desde luego, en los manuales de teoría política escritos por profesores españoles se encuentra muy a menudo un capítulo dedicado al neoliberalismo en particular o al pensamiento contemporáneo en general (4).

Algo ha cambiado también en el ámbito académico. Aunque aun de forma minoritaria, no faltan profesores e investigadores que trabajan sobre algunas de las intuiciones mas interesantes de la Escuela del Análisis Económico aplicado al Derecho, por ejemplo, o sobre las de la Escuela de Virginia o las de la Escuela Austríaca de Economía, y los estudiantes pueden matricularse en aquellos cursos en los que se estudia la teoría económica o la doctrina liberal clásica y contemporánea. Si hace tan sólo unos años era casi inconcebible pensar en celebrar algún seminario dedicado a estas ideas, hoy se organizan seminarios, conferencias, cursos universitarios, presentaciones de libros, etc., de los que los medios de comunicación se hacen eco (5). Es decir, independientemente de que se esté o no de acuerdo con las premisas de la doctrina liberal contemporánea, lo que ya no se puede hacer es ignorar su existencia.

En lo que actividad política se refiere hace ya tiempo que los partidos conservadores europeos (señaladamente el partido conservador español) han respaldado políticas económicas liberales, aunque a veces combinadas con actitudes morales y sociales más conservadoras; en todo caso parecen haber abandonado esa confianza tradicional que tenían en el Estado. La marcha atrás de la presencia del Estado en muchos campos que antes eran monopolio estatal -las privatizaciones de empresas públicas están, por ejemplo, a la orden del día- manifiesta que la teoría económica liberal que cree que así se abarata y mejora la calidad del servicio que se presta al ciudadano ha calado hondo. Por eso, hasta los políticos socialdemócratas como el líder inglés T. Blair apenas discuten en su programa de la tercera vía la superioridad del mercado.

Probablemente lo que se ha producido en Europa, y por lo tanto también en España, es la reacción a un excesivo intervencionismo de un modelo de Estado -el llamado Estado Social- que intentó combinar la eficacia económica del mercado con una más justa distribución de la riqueza, pero que a la larga generó graves problemas económicos, como la inflación y un enorme déficit público, y sobre todo produjo unas consecuencias no económicas, pero no por ello menos preocupantes: una mentalidad civil acostumbrada a obtenerlo todo del Estado. Unos ciudadanos que consideran natural que sea el Estado el que resuelva todos sus problemas, que creen que deben exigirlo como un derecho legítimo y que abandonan en aras de la seguridad la tarea de labrarse su propio destino haciendo uso de su libertad y responsabilidad.
Por eso, quizás, se ha sentido la necesidad de recuperar una doctrina que precisamente se ha construido en torno al principio fundamental de la libertad personal; un conjunto de principios que parten del individuo para entender la vida social; una teoría que considera válido el principio kantiano de que ningún ser humano debe ser utilizado como medio para los fines de otro. Este individualismo liberal, que no debe confundirse con el egoísmo, significa que el individuo es un valor en sí mismo cuya intrínseca dignidad está por encima de cualquier otro principio social.

Muchos de los diferentes autores y escuelas a las que hemos hecho referencia y que en estos años están readaptando la filosofía liberal a los nuevos tiempos comparten esa convicción de que el individuo sólo puede vivir una vida auténticamente digna si es libre. Y será libre cuando nadie, ni otro individuo ni por supuesto el Estado, interfieran en su camino y en sus planes de vida; planes, que por otra parte, él solo debe decidir. Y como la libertad es una e indivisible, no se puede compartimentar. Es decir, para realizar los proyectos personales de vida se necesita poder tener derecho a los frutos del propio trabajo, como ya dijera el padre del liberalismo J. Locke, puesto que quien controla los medios acaba controlando los fines. De ahí que no se puede sostener, como recuerdan los teóricos de la Escuela Austríaca de Economía, que es posible seguir siendo libre aunque se recorten o se anulen por completo las libertades económicas como la realidad de los países comunistas en todas las latitudes ha corroborado.

Por lo tanto, como insisten los teóricos de la Escuela de Chicago, si queremos que florezca la libertad individual hay que admitir la necesidad de la economía libre del mercado. Un mercado que, evidentemente, ha de someterse a reglas, porque como recordaba F. A. Hayek tiene que haber normas de derecho que todos estén obligados a respetar. Si no fuera así no podríamos hablar de mercado, y desde luego ningún liberal ha defendido nunca un mercado sin reglas. Además, muchos de ellos han considerado también necesaria la actuación del Estado economía de acuerdo con el principio de competencia y subsidiariedad. El Estado debe evitar la coacción, el fraude, la violencia de unos sobre otros, y en ese sentido es una garantía de la libertad individual. Lo que no es óbice para que se defienda un Estado reducido a sus justos límites (límites que variarán de acuerdo con las diferentes perspectivas liberales). Un Estado pequeño pero fuerte y eficaz, pues ya se ha visto que cuanto más grande es el Estado más ineficaz resulta.

Precisamente los economistas de la Escuela de Virginia (también conocida como Escuela de la elección pública o Public Choice) que solo oían hablar de los fallos del mercado, han dirigido sus investigaciones hacia los fallos del Estado en las democracias de tipo social propias de nuestra época. Y llaman la atención sobre las deficiencias de un Estado intervencionista que extiende enormemente la Administración -ya que debe ocuparse cada vez de más asuntos- con lo cual, además de perder eficacia, se hace difícilmente controlable y más fácilmente corruptible en la medida en que no sólo se controla peor sino que los buscadores de rentas en lugar de moverse en el entorno del mercado que sería lo natural, lo hacen en el de la Administración, lo que a la larga es sumamente antidemocrático. Por otro lado, los ciudadanos, al comprobar como se extiende la ineficacia y la corrupción estatal, no temen ni engañar ni defraudar al Estado porque éste ha perdido su legitimidad (algo de lo que, por cierto, ya advirtió en el siglo XVIII el alemán Humboldt en su libro Los límites de la acción del Estado). Los numerosos casos de corrupción que han proliferado en tantos países democráticos en los últimos años no son ajenos a esa ausencia de control en los grandes Estados intervencionistas.

Este es sólo un ejemplo de cómo el análisis liberal se ha actualizado y renovado para entender la realidad de nuestra época. Pero siempre se vuelve al mismo principio liberal: hay que limitar el poder venga este de donde venga, aunque se trate de una democracia. Nadie, ni siquiera una mayoría legítimamente elegida, tiene derecho a abusar de su poder. Hay que recortar las actividades del Estado, no sólo porque en muchas ocasiones hace cosas que podrían hacer mejor los ciudadanos, sino porque el Estado es básicamente coacción y la coacción debe limitarse al máximo.

El liberalismo contemporáneo, que no es homogéneo y que engloba a diferentes autores y escuelas recuerda, en definitiva, que la civilización occidental ha progresado porque ha sido una civilización que ha confiado en la libertad. Una libertad cuyos efectos se reclaman para todos los pueblos.

El liberalismo, equivocadamente o no, cree que sus principios son aplicables universalmente. Existe una naturaleza humana común que explica que allí donde se aplican principios económicos liberales, por ejemplo, haya mayor prosperidad Y es que no se trata de que unos pueblos tengan mayor o menor capacidad para el esfuerzo, el trabajo, o la creación de riqueza. Ni siquiera se trata de un problema de recursos naturales -hay países en el mundo con grandes recursos y sumamente atrasados- se trata de un problema de instituciones políticas, de cómo está estructurado el poder. Las mismas gentes que viven en un país atrasado, en otro país, si se les permite vivir y trabajar en un clima de libertad, alcanzan altas cotas de prosperidad. No se puede, pues, ignorar la responsabilidad de los mandatarios políticos en la calidad de vida de sus súbditos. Como ya dijera Montesquieu en su gran obra Del espíritu de las leyes, no es por fertilidad que se cultiva bien sino por la libertad (6). Los últimos representantes de la citada Escuela Austríaca han insistido en las cualidades que un tipo de orden económico basado en la libertad y el mercado aprovecha y fomenta, y han estudiado cómo debe entenderse la función social de los empresarios, más como innovadores y creadores de riqueza y oportunidades que como explotadores sin escrúpulos.

Del mismo modo, esos principios liberales deben aplicarse en las relaciones internacionales. El liberalismo siempre ha sido cosmopolita y antinacionalista (el nacionalismo adscribe identidades en función de pretendidas características objetivas que niega de raíz la idea de identidad liberal y defiende un proteccionismo económico que favorece a algunos en detrimento de otros) y ha creído siempre que el mundo debe abrirse a todos, que deben bajarse las barreras y diluirse las fronteras. Como decía L. Von Mises el ideal sería que cada uno pudiera moverse con libertad y vivir allí donde se le antojase.

Un mundo donde la prosperidad del vecino no se viva como una amenaza sino, por el contrario, como una ventaja. Donde el comercio promueva costumbres apacibles que aborten cualquier intento de destruir la paz.

Pero los liberales no aspiran a la utopía. El escepticismo implícito en su doctrina les hace dudar de los intentos de construir mundos utópicos cuyas realizaciones han conducido siempre a un triste fracaso. Ya los primeros intentos de los socialistas utópicos fracasaron, pero Marx lo achacaba a que sus teorías no eran en absoluto científicas. Marx no es precisamente un ejemplo de esa humildad intelectual que pregonaron Hayek y Popper, sobre todo cuando están en juego vidas humanas. Las aspiraciones liberales son mucho mas modestas, no pretenden transformar la naturaleza humana ni realizar el paraíso en esta tierra, y seguramente por eso resulta mucho menos atractivo. No aspira a reorganizar toda la vida social de acuerdo con un plan supuestamente racional, ni a construir una sociedad en la que por fin todos los anhelos humanos queden satisfechos para siempre, sino como ha escrito Sir Karl Popper, a evitar en la medida de lo posible el sufrimiento y la injusticia. No tanto, en fin, buscar la realización de la felicidad tratando de transformar coactivamente la naturaleza humana, como contar con ella tal y como es y tratar de promover un tipo de instituciones e incentivos que favorezcan la responsabilidad individual, pues ya decían los clásicos que el hombre es un ser social que siente simpatía y benevolencia por sus congéneres y que aprende a ser libre ejerciendo la libertad.

La reflexión liberal del fin de siglo ha forzado a la izquierda a enfrentarse de nuevo con las cuestiones políticas relevantes y a buscar nuevas respuestas. Ha actualizado los principios liberales que fueron desbancados en los últimos años del siglo XIX por el avance del socialismo y aunque, quizás, vuelvan a serlo en el futuro, la investigación y los estudios de estos años han producido ya un conjunto de ideas que quedarán incorporados a la filosofía liberal del porvenir. El liberalismo, dicen sus defensores, es una doctrina abierta, siempre en movimiento, que debe ejercer la autocrítica y la tolerancia huyendo de todo dogmatismo. Eso es lo que la diferencia de la presunción de los ingenieros sociales y de los utopistas y lo que, para bien o para mal, significa (como escribe I. Berlín) que el liberalismo no sea un grito de guerra apasionado.

(1) Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre. Barcelona, Planeta, 1992.
(2) Anthony Guiddens, Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las políticas radicales. Madrid, Cátedra, 1996.
(3) Isaiah Berlin, El sentido de la realidad. Madrid, Taurus, 1998.
(4)Alianza Editorial ha reeditado las obras citadas de A. Smith y J. Stuart Mill pero debemos también mencionar la labor de Unión Editorial que está publicando, además de muchos otros libros, las obras completas de L. Von Misses y F. A. Hayek. Asimismo la colección que en esta editorial dirige el profesor J. Huerta de Soto pretende facilitar al público las últimas aportaciones dentro del campo de la teoría económica y política liberal dentro y fuera de España.
(5) Así, por ejemplo, la presentación del último libro del economista Pedro Schwartz, Nuevos ensayos liberales. Madrid, Espasa, 1998, que corrió a cargo de Mario Vargas Llosa en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
(6) Montesquieu, Del espíritu de las leyes, Libro XVIII, capítulo III. Madrid, Tecnos, 1985.

Tuesday, December 12, 2006

Hayek


Nota del editor: Aunque no pertenezco a los liberales a quienes les gusta autodenominarse huachafamente "austriacos", por alusión a la Escuela Austriaca de Economía (muchos de ellos sin entenderla siquiera), Hayek es uno de mis mayores referentes liberales y a quien considero en el selecto grupo de grande entre grandes de la ´ciencia económica. Me fascina su claridad en medio de la complejidad de su pensamiento. Y sobre todo, su actitud no fundamentalista, a veces tan escasa en muchos economistas y políticos. Aquí encontrarán una síntesis de su biografía y de su obra en la autoría de Peter Boettke.

Es probable que Friedrich A. Hayek, quien falleciera el 23 de marzo de 1992 a los 92 años, fuera el más prodigioso erudito del liberalismo clásico del siglo XX. Aunque su premio Nobel de 1974 fue en Economía, sus trabajos académicos se extienden mucho más allá de esta ciencia. Publicó 130 artículos y 25 libros que abarcan desde la economía técnica hasta la psicología teórica, desde la filosofía política hasta la antropología legal y desde la filosofía de la ciencia hasta la historia de las ideas. Hayek no era un simple aficionado, era un verdadero experto en cada uno de estos campos. Hizo importantes contribuciones a nuestra comprensión de, por lo menos, tres áreas diferentes: la intervención gubernamental, el cálculo económico bajo el socialismo y el desarrollo de la estructura social. Es improbable que volvamos a ver a un académico con tan amplio dominio de las ciencias humanas.

Hayek nació en Viena en una familia de intelectuales el 8 de mayo de 1899. Obtuvo doctorados de la Universidad de Viena (1921 y 1923). Durante los primeros años del siglo XX las teorías de Escuela Austriaca de Economía, iniciada por los "Principios de Economía" de Menger (1871), fueron gradualmente refinadas y redefinidas por Eugen von Böhm-Bawerk, por su cuñado Friedrich von Wieser y por Ludwig von Mises. Cuando Hayek se matriculó en la Universidad de Viena asistió a una de las clases de Mises, pero encontró las posiciones anti-socialistas de Mises demasiado tajantes para su gusto. Wieser era un socialista fabiano cuyo enfoque resultaba entonces más atractivo para Hayek, quien se convirtió en su discípulo. Irónicamente fue Mises, a través de su devastadora crítica del socialismo publicada en 1922, el que alejó a Hayek del socialismo fabiano.

La mejor manera de comprender la vasta contribución de Hayek a la economía y al liberalismo clásico es verla a la luz del programa para el estudio de la cooperación social establecido por Mises. Mises, el gran constructor de sistemas, le proporcionó a Hayek el programa de investigación. Hayek se convirtió en el gran analista. El trabajo de su vida se comprende mejor como un esfuerzo por hacer explícito lo que Mises había dejado implícito, por refinar lo que Mises había esbozado y por contestar los interrogantes que Mises había dejado sin respuesta. De Mises, Hayek dijo: "No hay ningún otro hombre al que le deba más intelectualmente". La conexión con Mises se hace más evidente en sus trabajos sobre los problemas del socialismo. Pero las perspectivas derivadas del análisis del socialismo penetran todo el cuerpo de su obra, desde el ciclo económico hasta el origen de la cooperación social.

Hayek y Mises no se conocieron cuando el primero asistía a la Universidad de Viena. Se lo presentaron después de haberse graduado a través de una carta de su profesor, Wieser. Fue entonces cuando comenzó la colaboración Hayek-Mises. Durante cinco años Hayek trabajó bajo la dirección de Mises en una oficina gubernamental. En 1927 se convirtió en el Director del Instituto para la Investigación del Ciclo Económico, que él y Mises habían organizado. El Instituto estaba dedicado al examen teórico y empírico de los ciclos económicos.

Elaborando sobre la "Teoría del Dinero y el Crédito" (1912) de Mises, Hayek refinó tanto la comprensión técnica de la coordinación del capital como los detalles institucionales de la política crediticia. Siguieron estudios seminales sobre teoría monetaria y el ciclo económico. El primer libro de Hayek, "Teoría Monetaria y el Ciclo Económico" (1929) analizó los efectos de la expansión crediticia en la estructura del capital de una economía.

La publicación de ese libro promovió una invitación de Lionel Robbins para que Hayek diera conferencias en la London School of Economics. Sus conferencias fueron publicadas en un segundo libro sobre "la teoría austriaca del ciclo económico", titulado "Precios y Producción" (1931), que fue citado por el Comité del premio Nobel en 1974.

Las conferencias que en 1930-1931 pronunciara Hayek en la London School se hicieron tan famosas que fue vuelto a llamar a la prestigiosa Universidad de Londres y nombrado Profesor Tooke de Ciencia Económica y Estadística. A los 32 años, Hayek había alcanzado el pináculo de la carrera de economista.

La teoría Mises-Hayek sobre el ciclo económico explicaba el "cúmulo de errores" que caracteriza al ciclo. La expansión del crédito, posibilitada por la caída artificial de las tasas de interés, guía engañosamente a los empresarios: son conducidos a involucrarse en proyectos empresariales que de otra forma no hubieran parecido rentables. La falsa señal generada por la expansión del crédito lleva a una mala coordinación de los planes de producción y consumo de los actores económicos. Esta descoordinación se manifiesta primero en un "boom" y posterior recesión en que el patrón temporal de la producción se ajusta al patrón real de los ahorros y el consumo de la economía.


Hayek versus Keynes

Poco después de su llegada a Londres, Hayek entró en una polémica con John Maynard Keynes. Keynes, un destacado miembro del servicio civil británico que estaba trabajando entonces para el Comité de Finanzas e Industria del gobierno, era considerado por la comunidad académica como un autor de importantes libros de economía. El debate Hayek-Keynes fue quizás el debate más fundamental sobre economía monetaria que se haya dado en el siglo XX. Comenzando con su ensayo "El Fin del Laissez Faire" (1926), Keynes presentó sus demandas de intervencionismo en el lenguaje de un liberalismo clásico pragmático. Fue así que Keynes fue aclamado como "el salvador del capitalismo", en vez de ser reconocido como lo que era: un abogado de la inflación y de la intervención gubernamental.

Hayek detectó el problema fundamental de que adolecían las concepciones económicas de Keynes: su incapacidad para comprender el papel que juegan las tasas de interés y la estructura del capital en una economía de mercado. Debido a su desafortunado hábito de utilizar agregados, categorías colectivas, Keynes no pudo abordar estos problemas adecuadamente en su "Un Tratado sobre el Dinero" (1930). Hayek señaló que los agregados keynesianos distraían a los economistas y no les dejaban examinar cómo la estructura industrial de la economía emergía de las opciones económicas de los individuos.

Keynes reaccionó con acritud a las críticas de Hayek. Primero respondió atacando "Precios y Producción" de Hayek. Luego alegó que ya no creía en lo que había escrito en "Un Tratado sobre el Dinero" y volvió su atención a la redacción de otro libro: "La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero" (1936) que con el tiempo se convirtió en el libro más influyente sobre la política económica en el siglo XX.

Antes que tratar de criticar directamente lo que Keynes había presentado en su "Teoría General", Hayek volvió su considerable talento a refinar la teoría del capital. Estaba convencido de que el punto esencial que había que trasmitir a Keynes y al resto de los economistas en relación a la política monetaria radicaba en la teoría del capital. Presentó su tesis en "La Teoría Pura del Capital" (1941), el libro más técnico que escribiera. Y, pese a la razón que pudiera haber tenido, resultó la menos influyente de sus obras. Hacia fines de los años '30, el tipo de economía de Keynes estaba en pleno auge. A los ojos del público, Keynes había derrotado a Hayek. Este perdió relevancia como economista y entre los estudiantes.

Durante este tiempo, Hayek también estuvo implicado en otro gran debate de política económica: el debate sobre el cálculo económico en el socialismo, disparado por un artículo de Mises de 1920 donde afirmaba que el socialismo era técnicamente imposible puesto que no podría disponer de precios de mercado. Mises había refinado su argumento en "Socialismo: Un Análisis Económico y Sociológico", el libro cuya aparición, en 1922, había impresionado profundamente al joven Hayek. Hayek desarrolló el argumento de Mises en varios artículos durante los años '30. En 1935, reunió y editó una serie de ensayos sobre los problemas de la organización económica socialista en "La Planificación Económica Colectivista". Otros ensayos de Hayek sobre los problemas del socialismo y específicamente sobre el modelo de "socialismo de mercado", elaborado por Oskar Lange y Abba Lerner en un intento por refutar a Mises y Hayek, fueron reunidos posteriormente en "Individualismo y Orden Económico" (1948).

Nuevamente, los economistas y la comunidad intelectual en general no apreciaron las críticas de Hayek. ¿Acaso la ciencia moderna no le había dado al hombre la capacidad de controlar y diseñar la sociedad según las reglas morales de su elección? Se suponía que la sociedad planificada bajo el socialismo no sólo sería tan eficiente como el capitalismo (especialmente en vista del caos que supuestamente generaba el capitalismo con sus ciclos económicos y su poder monopólico), sino que, con su promesa de justicia social, se esperaba que también fuera más justa. Más aún, se consideraba la ola del futuro. Se decía que sólo un reaccionario podía querer resistir la marcha inevitable de la historia. No sólo parecía que Hayek estaba perdiendo la polémica económica con Keynes sobre las causas de los ciclos económicos sino que, teniendo en cuenta el ascenso mundial de la marea del socialismo, su perspectiva filosófica general era crecientemente considerada con una versión primitiva del liberalismo.


Camino de Servidumbre

Hayek, sin embargo, siguió refinando la argumentación a favor de una sociedad liberal. Los problemas del socialismo que había observado en la Alemania nazi y que veía comenzar en Gran Bretaña lo llevaron a escribir "Camino de Servidumbre" (1944). Este libro obliga a los defensores del socialismo a confrontar un problema adicional, más allá del puramente técnico-económico. Si el socialismo requiere la sustitución del mercado por un plan central, entonces, apuntó Hayek, habrá que establecer una institución que sea responsable por la formulación del plan. Hayek la llamó la Junta Central de Planificación. Para implementar el plan y para controlar el flujo de los recursos, la Junta tendría que ejercer amplios poderes discrecionales en los asuntos económicos. Con todo, la Junta Central de Planificación en una sociedad socialista no tendría los precios del mercado como guía. No tendría forma de saber cuáles posibilidades productivas son económicamente factibles. La ausencia de un sistema de precios, dijo Hayek, demostraría ser el talón de Aquiles del socialismo.

En "Camino de Servidumbre", Hayek alegó asimismo que había buenas razones para sospechar que los que ascendieran a la cumbre en un régimen socialista serían aquellos que tuvieran una ventaja comparativa en el ejercicio de poderes discrecionales y estuvieron dispuestos a tomar decisiones desagradables. Y sería inevitable que estos hombres poderosos dirigieran el sistema en su beneficio personal.

Por supuesto, Hayek tuvo razón tanto en el problema económico como en el político del socialismo. El siglo XX está lleno con la sangre de las víctimas inocentes de los experimentos socialistas. Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot y muchos tiranos menores han cometido crímenes horribles contra la humanidad en nombre de alguna variante del socialismo. El totalitarismo no es un accidente histórico que sólo emerge debido a mala elección de dirigentes en un régimen socialista. Hayek muestra que el totalitarismo es el resultado lógico del ordenamiento institucional de la planificación socialista.

Tras la derrota en el foro público de su crítica a Keynes y la controversia que surgió sobre el cálculo económico en el socialismo, Hayek se alejó de los problemas técnicos de la economía y se concentró en la reformulación de los principios del liberalismo clásico. Hayek había señalado la necesidad de los precios de mercado como trasmisores de una información económica dispersa. Mostró que los intentos de reemplazar o controlar el mercado llevaban a un problema de conocimiento o información. Hayek también describió el problema totalitario asociado con la ubicación de poder discrecional en las manos de unos pocos. Esto lo llevó a examinar los prejuicios intelectuales que ciegan al hombre y le impiden ver los problemas de la planificación económica gubernamental.

Durante los años '40, Hayek publicó una serie de ensayos en periódicos profesionales examinando las tendencias filosóficas dominantes que habían prejuiciado a los intelectuales de una forma tal que no les permitían reconocer los problemas sistémicos que confrontarían los planificadores económicos. Estos ensayos fueron posteriormente recopilados y publicados como "La Contrarrevolución de la Ciencia" (1952). La "Contrarrevolución...", quizás el mejor libro de Hayek, suministra una detallada historia intelectual del "racionalismo constructivista" y del problema del "cientificismo" en las ciencias sociales. Es en este trabajo donde Hayek articula su versión del proyecto de la Ilustración Escocesa de David Hume y Adam Smith de utilizar la razón para enseñar modestia a la razón. La civilización moderna no estaba amenazada por brutales ignorantes empecinados en destruir el mundo, sino más bien por el abuso de la razón emprendido por el racionalismo constructivista en su intento por diseñar conscientemente el mundo moderno, que había encadenado a la humanidad.

En 1950 Hayek se trasladó a la Universidad de Chicago, donde enseñó hasta 1962 en el Comité de Pensamiento Social. Mientras estuvo allí, escribió "La Constitución de la Libertad" (1960). Este trabajo representa el primer tratado sistemático de Hayek sobre la política económica del liberalismo clásico. En 1962 Hayek se trasladó a Alemania, donde había obtenido una posición en la Universidad de Freiburg. Allí incrementó sus esfuerzos por analizar el ordenamiento "espontáneo" de la actividad económica y social. Hayek se dispuso a reconstruir la teoría social del liberalismo y suministrar una visión de la cooperación social entre hombres libres.

Con su estudio en tres volúmenes "Ley, Legislación y Libertad" (1973-1979) y "La Arrogancia Fatal" (1988), Hayek extendió su análisis de la sociedad al examen de la emergencia "espontánea" de las reglas legales y morales. Su teoría política y legal enfatizaba que el imperio de la ley era el fundamento necesario de la coexistencia pacífica. Contrastó la tradición del "common law" con la del derecho estatutario, por ejemplo, los decretos legislativos. Mostró cómo el "common law" emerge caso por caso, en la medida en que los jueces aplican a los casos particulares reglas generales que son en sí mismas producto de la evolución cultural. De esa forma explica que inserto en el "common law" hay un conocimiento conquistado a través de una larga historia de ensayos y errores. Esta perspectiva llevó a Hayek a la conclusión de que el derecho, como el mercado, era un orden "espontáneo": el producto de la acción humana, pero no del diseño de un ser humano.

El trabajo de Hayek sobre economía técnica, filosofía política y jurídica y metodología de las ciencias sociales ha atraído un gran interés entre los estudiosos de, por lo menos, las últimas dos generaciones. Y el interés en su obra está creciendo. Su vasta contribución a la economía y al liberalismo clásico vivirá en el programa de investigación progresivo que ha legado a futuras generaciones de estudiosos.

Friedrich Hayek vivió una vida larga y fructífera. Tuvo que soportar las consecuencias de haber alcanzado la fama a edad temprana para luego ver esa fama ridiculizada cuando keynesianos y socialistas conquistaron popularidad y el mundo intelectual y político se apartó de sus ideas. Afortunadamente, vivió lo suficiente como para ver reconocido nuevamente su enorme intelecto. Tanto los keynesianos como los socialistas fueron aplastantemente derrotados por los hechos y por la verdad de sus enseñanzas. El liberalismo clásico es nuevamente un vibrante cuerpo de pensamiento. La economía austriaca ha vuelto a emerger como una gran escuela de pensamiento económico, y jóvenes estudiosos del derecho, la historia, la economía, la política y la filosofía están prosiguiendo los temas hayekianos. Podremos lamentar la pérdida de este gran campeón del liberalismo pero, al mismo tiempo, podemos regocijarnos de que F. A. Hayek nos dejara una herencia tan brillante.

Un gran estudioso se define no tanto por las respuestas que provee sino por los interrogantes que formula. Sucesivas generaciones de académicos, intelectuales y actores políticos de todo el mundo estarán por mucho tiempo dedicados a las cuestiones que Hayek ha planteado.


Traducción de un artículo publicado originalmente en inglés en la revista "The Freeman" de agosto de 1992. Esta traducción es una versión corregida de la que se encuentra en el sitio web "Siglo XXI", del Comité Cubano Pro Derechos Humanos.

El artículo original en inglés está disponible en http://www.sigloxxi.org/biohay.htm

La traducción original al castellano se encuentra disponible en http://www.econ.nyu.edu/user/boettke/hayek.htm